miércoles, 1 de abril de 2015

CUENTO POR ENTREGAS… Parte 3 de 9


Y esta es la TERCERA PARTE del "cuento por entregas"que narra las aventuras de Ikur.
Tal vez no sean "aventuras" en el sentido más canónico de la palabra —aunque, a su modo, tiene bastante que ver con el viaje del héroe (recién había conocido la obra de Joseph Campbell en ese entonces)—, pero creo que el eje pasa más por lo onírico-simbólico.
¿Qué pasaría con éste nuevo capítulo si lo reescribiese hoy?... posiblemente trataría de algún exótico artesano que intentase recrear el infinito del universo dentro del una botella y su denodada lucha por ponerle el tapón...
Claro que éste es "aquel cuento", así que seguiremos escuchando High Hopes de Pink Floyd y releyendo El hombre y sus símbolos de Carl C. Jung, para poder sumergirnos en él.

 .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · 


EL ÁNIMA Y EL HOMBRE DE LA RUEDA GIGANTE


(por: Teresa P. Mira de Echeverría)


[Estar encadenado, bajo cualquier tipo de cadenas, es algo literalmente terrible.
Estar encadenado por uno mismo, por propia responsabilidad, bajo propia mano —o como se quiera decir— es casi insoportable.
Y nótese que digo casi, porque esto es lo más común del mundo; me atrevería a decir que es inherente a la raza humana.]

3: El status quo.

Ikur tenía la sensación... esa sensación, esa: la de estar inmóvil.
Lo notable era que luego de miles de años siguiera siendo para él sólo eso: una sensación. Y es que Ikur realmente estaba inmóvil.
Pero Ikur había aprendido; ya no dejaría que las cosas fueran para él sólo eso: sensaciones.
Ikur comenzó a caminar por un sendero que quizás otro o él mismo había hecho antes, mucho antes. Rodeado de naturaleza al principio, se internó luego por una calle cercada de inmensos, de enormes edificios grises de acero. Los edificios no tenían ventanas ni puertas, nada entraba o salía de ellos.
Inalterada por los siglos la ciudad se erguía en su perpetua perfección inamovible. Ikur había nombrado todas las cosas y al fin había llegado a un lugar donde todo era perfecto. Así que se sintió cómodo y no halló razón para alejarse de allí, de modo que se sentó.
Cómodo y sin razones, Ikur se fue convirtiendo poco a poco en un hombre de piedra totalmente incoloro y totalmente inmóvil, más inmóvil que nunca.
Él sabía que podría moverse con facilidad si así lo quisiese, pero no encontraba razones para quererlo.
Cómodo, inmóvil, incoloro y sin razones; así permaneció Ikur por mucho, mucho tiempo.
Sus luchas estaban premiadas; después de todo, ¿no era la perfección el final del camino?
Así, para Ikur la perfección era cómoda, inmóvil, incolora y sin razones...
Hasta que un día sintió que la perfección y el no-ser eran muy próximos, y tuvo miedo. Y el miedo rompió la perfección.
Comenzó a caminar nuevamente y, viendo que todo tenía un orden, buscó al rey de aquella ciudad perfecta.
"El placer del poeta" - Giorgio De Chirico
Tras mucho, mucho tiempo, encontró un gran palacio con frontón griego. Las columnas sostenían el frontispicio triangular donde los Titanes de los Engranajes y los Dioses de los Chips peleaban entre sí en ardua y compleja lucha.
  Ikur entró con la reverencia y el respeto de quien penetra en un sitio sagrado; aunque no podía sentir el sabor de lo sagrado, sólo podía saberlo.
Ikur sabía pero no sentía, y esa era la raíz de su insatisfacción.
En el centro de un salón circular blanco, en un trono circular blanco, sosteniendo una perfecta esfera blanca, se hallaba el rey de la ciudad perfecta. A su alrededor, miles de seguidores suyos apilaban cajas sobre cajas para, finalmente, sacar la que se hallaba en la base. Cuando la pila se derrumbaba, ellos volvían a emprender la tarea en medio de felicitaciones mutuas.
Ikur preguntó:
¿Por qué se felicitan al derrumbar lo que ustedes mismos construyeron?
Todos se volvieron y lo miraron con una mezcla de lástima y desprecio: ¡Pobre ignorante mortal! ¡Digno de lástima y desprecio!
Uno de ellos condescendió a responderle con voz grave de sabiduría: esa voz grave que parece sabia sólo porque es grave (Ikur aún no sabía que la voz de la sabiduría es dulce y humilde, y que no habla sus verdades sino que las canta en dulces y humildes canciones que parecen pequeñas porque son “simples”, aunque jamás sencillas).
Así que el hombre respondió con voz grave:
Cada vez que alguien cambia la base, el mundo se estremece. Y cada vez que el mundo se estremece, el hombre avanza y la torre de cajas se eleva más y más.
Ikur vio que la pila no crecía sino que siempre medía lo mismo, sólo que con distinta forma. Pero como Ikur había creído que era pobre e ignorante, aceptó.
Sin embargo la verdad —que lucía en su mente como una espada afilada— rasgó el velo de su pensamiento e Ikur sintió en el acelerado latir de su corazón que debía preguntar una vez más una nueva pregunta:
Y cuando las pilas crezcan y la torre se complete, ¿qué sucederá?
Las miradas de lástima se dirigieron una vez más hacia él y luego de unos minutos alguien respondió con voz aún más grave todavía:
¡Entonces, lo sabremos todo y seremos perfectos!
Ikur estaba confundido, el camino que los hombres perfectos habían elegido para ser perfectos era inútil porque jamás avanzaba.
Decidió, pues, Ikur que debía hallar otra respuesta, y caminó hacia el trono blanco donde estaba el rey.
"Misterio y melancolía de una calle" - Giorgio De Chirico
El rey era un hombre cubierto de una armadura de luces de colores que se encendían y apagaban en complejos ritmos. Tenía cables por doquier y uno de sus ojos era una lente de cámara. Estaba inmóvil y sostenía su esfera blanca y perfecta. Ikur preguntó:
¿Es usted el rey? —porque, en realidad, no estaba seguro.
Yo soy el que todo lo responde. ¿Ves esta esfera blanca y perfecta? Así es el mundo. Si entiendes esta esfera blanca y perfecta, entiendes el mundo.
Ikur miró la esfera. Sólo era blanca y perfecta. Allí no había árboles, ni ríos, ni risas, ni canciones; y lo peor de todo era que allí no había hombres.
Pero como Ikur creía que él era pobre e ignorante, asintió ante lo que el rey decía y volvió a preguntar:
¿Qué sucederá cuando haya entendido el mundo?
El rey lo observó con dignidad, tal como se observa a un bacilo bajo el microscopio y respondió muy, muy, muy gravemente:
Cuando haya entendido el mundo, el mundo será mío y podré prever todo lo que suceda en él. Y así podré caminar por donde quiera, haciendo lo que quiera.
Ikur no comprendió nada; él mismo había caminado libre por donde quería haciendo lo que quería. Pero no era el dueño del mundo. De modo que había estado obrando mal: ¡Se comportaba como dueño del mundo sin serlo!
Así que, como Ikur creía que era pobre e ignorante, se sintió muy desdichado, y se fue en silencio de la ciudad perfecta de edificios cerrados, altos y perfectos; y al salir volvió al campo, a la naturaleza donde está lo no-perfecto que vive feliz sin saber que no debe serlo.
Ikur estaba tan triste que no miró a su alrededor y no vio las flores que le hablaban, ni el sol que lo acariciaba, ni el agua que lo servía, ni el aire que lo coronaba como a un rey; porque Ikur pensaba que no era dueño de nada.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario