martes, 28 de abril de 2015

CUENTO POR ENTREGAS… Parte 6 de 9


Llegamos a la SEXTA PARTE de nuestro "cuento por entregas", junto al heroico Ikur.
Un amigo muy querido, Miguel Ángel, me dijo que el seis era algo así como el número de la vida. Y no me sorprende cuando releo este capítulo.
Y hoy, ¿qué escribiría al respecto?... Hoy sería un monstruo más hermoso en una fealdad mucho más grande; el choque de opuestos se revestiría de amor, como un fauno celestial.
Pero... por supuesto, éste es "aquel cuento", el que nació bajo la influencia de High Hopes de Pink Floyd y El hombre y sus símbolos de Carl C. Jung
Hoy, los invito a mirar las tan denostadas superficies de las cosas para admirar, allí mismo, su inmensa profundidad.

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EL ÁNIMA Y EL HOMBRE DE LA RUEDA GIGANTE


(por: Teresa P. Mira de Echeverría)


[Estar encadenado, bajo cualquier tipo de cadenas, es algo literalmente terrible.
Estar encadenado por uno mismo, por propia responsabilidad, bajo propia mano —o como se quiera decir— es casi insoportable.
Y nótese que digo casi, porque esto es lo más común del mundo; me atrevería a decir que es inherente a la raza humana.]


6: El monstruo de las franjas amarillas y negras

Finalmente, Ikur y el hombre de la rueda gigante —con quién verdaderamente se había hecho amigo—, salieron del desierto y llegaron a las ruinas de un viejo castillo.
A la noche encendieron un fuego y se sentaron a contar historias. El hombre de la rueda se sabía muchas porque había viajado mucho y había aprendido mucho de lo que había visto.
Cuando fue muy de noche ya, ambos se saludaron y se acurrucaron en sendos rincones para dormir.
Ikur se quedó mirando al hombre y pensó que por fin había hallado alguien con quien compartir el camino: un amigo, un hombre bueno y sensato… salvo, claro está, por lo de la rueda.
“Es un buen hombre”, pensó Ikur, “¡lástima la rueda!”
La luz de la mañana se filtró por entre los pinos, también el olor a resina, el frío y la bruma que se disipaba.
Ikur bostezó y pensó en qué grato era despertar con un amigo a quien saludar.
"Abeja reina" - Mark Ryden
El hombre de la rueda gigante también despertó y enseguida partió a recoger bayas para el desayuno. Sin darse cuenta, se había olvidado por primera vez de su rueda.
Cuando estuvieron listos, Ikur y el hombre con su gran rueda salieron de las ruinas y se internaron en el bosque. Un bosque tan bello y suave como el de los mejores cuentos de hadas.
Hablaban de la amistad y de cosas profundas e importantes, tales como la dirección del viento y el tono exacto del verde de algún pino; sobre si los rayos de sol eran amarillos o dorados, si la risa era bella o agradable, si los pájaros nunca se cansan o si aprenden a cantar. De todas esas cosas profundas y hermosas hablaron muchas horas y, al hablar, el hombre olvidaba que llevaba su inútil rueda, e Ikur no recordaba que buscaba algo sin saber qué era.
En medio de estas maravillosas cavilaciones estaban ambos cuando, por entre los pinos, muy arriba, surgió un monstruo de franjas amarillas y negras que tenía enormes alas de ámbar, translúcidas y enervadas con venas de oro. Era feo y amenazador.
Bajó muy rápido y se posó frente a ellos mirándolos de frente y sin siquiera zumbar. Su rostro era tan horrendo que no era miedo lo que sintieron al verlo, sino asco y repulsión.
Pero Ikur inmediatamente percibió un sentimiento contradictorio: ternura.
Ikur no sabía por qué, pero se dejó guiar por la intuición (porque la intuición es el primer paso del conocimiento, la inteligencia de nuestros ancestros hecha carne en nuestros genes y hecha vida en nuestros sentimientos y pensamientos).
Ikur oyó su intuición y le tendió una mano al terrible monstruo de las franjas negras y amarillas. El monstruo entrecerró los ojos y esbozó algo muy similar a una sonrisa, mientras decía:
Para algunos sólo la ternura puede ser su salvación.
Ikur y el hombre de la rueda gigante se quedaron mirando con ojos de niños el espacio vacío que el monstruo había dejado al alzar nuevamente el vuelo con sus grandes y translúcidas alas de ámbar con nervaduras de oro. Y pensaron al unísono, en silencio, que de amarillo y negro todos tenemos un rincón monstruosamente necesitado de nuestro corazón.


miércoles, 22 de abril de 2015

CUENTO POR ENTREGAS… Parte 5 de 9


Nos encontramos en la QUINTA PARTE de nuestro "cuento por entregas", donde vamos siguiendo el derrotero de Ikur.
Éste es un capítulo breve pero bastante vigente.
¿Que cómo lo escribiría hoy?... probablemente las cadenas fuesen más gruesas y hasta invisibles. Y entre los objetos deseados habría muchas máscaras y muchos entes ideales o idealizados. Por supuesto, el pueblo estaría en otro mundo... uno en el cual todo fuese de mercurio, de un mercurio espejado que le impidiera a sus habitantes ver otra cosa que no fuesen ellos mismos...
Sin embargo, éste sigue siendo "aquel cuento", y las escenas de hoy no podrían responder a otra letra, música o incluso video que no fueran el de High Hopes de Pink Floyd, ni a otros arquetipos que los que presenta el El hombre y sus símbolos de Carl C. Jung
Vengan, entonces, bajo su propio riesgo; ya que —parafraseando la leyenda de los retrovisores—: "Los objetos en estos espejos podrían estar más cerca de lo que aparentan"...


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EL ÁNIMA Y EL HOMBRE DE LA RUEDA GIGANTE


(por: Teresa P. Mira de Echeverría)


[Estar encadenado, bajo cualquier tipo de cadenas, es algo literalmente terrible.
Estar encadenado por uno mismo, por propia responsabilidad, bajo propia mano —o como se quiera decir— es casi insoportable.
Y nótese que digo casi, porque esto es lo más común del mundo; me atrevería a decir que es inherente a la raza humana.]

5: El camino de las grandes expectativas.

Luego de muchos esfuerzos, llegaron a un poblado de casas tan grandes que Ikur pensó: “Aquí han de vivir gigantes.” Pero no era así.
La gente tenía la misma estatura que él, más o menos. La misma voz, más o menos. La misma forma de andar, más o menos. Y, más o menos, las mismas necesidades.
Pero algo era distinto.
"Los valores personales" - René Magritte
Cada uno de ellos arrastraba algo muy grande, o empujaba algo muy grande, o quería utilizar o conseguir algo demasiado grande como para que les sirviera de algo.
Algunos arrastraban pesados yunques. Otros pretendían manzanas fabulosas. Muchos tiraban de enormes monedas de oro.
Había gente que se asociaba, para elevar a lo alto de una torre, la figura hueca de un hombre gigante.
También había muchachas que sostenían enormísimos espejos, soldados que empujaban faraónicos cañones, granjeros que medían y medían enormes extensiones de tierra.
Ikur vio que todos tenían una cadena que los ataba a esas cosas, y recordando sus propias cadenas pensó: “Desearon mal”.
Le apenaba ver a toda aquella pobre gente atareada en cosas sin sentido, fatigándose por nada o arrastrada por objetos inanimados que ellos mismos habían fabricado. Así que salió de aquel poblado tan pronto como pudo.
Sin embargo, el hombre de la rueda gigante se fue con él. Se rió de toda aquella pobre gente, de lo tontas que se veían, y coincidió con Ikur en que todos sus esfuerzos eran inútiles.
   Habló como si él mismo no empujase una rueda gigante; pero el problema era que él mismo aún empujaba la rueda gigante.


miércoles, 15 de abril de 2015

CUENTO POR ENTREGAS… Parte 4 de 9


CUARTA PARTE de las aventuras de Ikur, un "cuento por entregas".
Esta vez nos retrasamos una semana... e involuntariamente Ikur terminó demostrando que el camino vital siempre es extraño e imprevisible, pero que vale la pena.
¿Qué pasaría con éste nuevo capítulo si lo reescribiese hoy?... tal vez el miedo fuese exactamente el mismo, pero por suerte los "apoyos" en el camino serían infinitamente más.
Y seguro que no sería un camino en el bosque sino un viaje interplanetario, jeje.
Pero éste es "aquel cuento", así que High Hopes de Pink Floyd hoy se vuelve más imprescindible que nunca, así como El hombre y sus símbolos de Carl C. Jung
Adelante, pasen sin miedo...


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EL ÁNIMA Y EL HOMBRE DE LA RUEDA GIGANTE


(por: Teresa P. Mira de Echeverría)


[Estar encadenado, bajo cualquier tipo de cadenas, es algo literalmente terrible.
Estar encadenado por uno mismo, por propia responsabilidad, bajo propia mano —o como se quiera decir— es casi insoportable.
Y nótese que digo casi, porque esto es lo más común del mundo; me atrevería a decir que es inherente a la raza humana.]

4: La gran mentira... Las grandes expectativas...

Caminó así Ikur muchos, muchos años, solo y sin estarlo; sintiéndose solo, triste, pobre, ignorante, pequeño, vacío... y sin que nada de eso fuese verdad... pero sintiéndolo.
Sin título - Zdzislaw Beksinski
Y no es que sentir fuese malo —pocas cosas son tan buenas como sentir—; el problema radica en que hay que saber sentir. Pero no saberlo con la cabeza únicamente, sino saberlo así, así como se sienten las cosas que de verdad se sienten; no las que nos parece que sentimos, o las que nuestra mente pretende que sintamos para creer que somos dignos de lástima... porque, no sé si lo sabían, la lástima es el ácido más corrosivo de cuantos ha creado la Madre Naturaleza.
E Ikur bebía diariamente cantidades increíblemente grandes de ese corrosivo.
Como todo lo corroído, Ikur se había vuelto opaco y débil. Tan endeble era, que la más mínima insinuación se transformaba en fobia o paranoia. Según él mismo: él no servía para nada, no era nada, no tenía nada, nadie era su definición, y a nadie podía importarle más que como objeto de burla.
Lo más terrible es que Ikur ya no vivía en el mundo de sol y risas, sino que lentamente había entrado en un mundo que él mismo había construido regándolo con las corrosivas lágrimas que derramaba al sentir su clorhídrica lástima.
Ese mundo tenía siempre un cielo gris con árboles desmayados y pájaros feos que volaban riéndose de él. Ikur, hundido en su mundo surrealista, caía y caía, más y más, sin tener de donde asirse.
Siendo el constructor de su mundo del vacío y habiéndose autoproclamado el último de ese mundo, otorgó las riendas del carro en que viajaba a sus emociones y a nadie colocó para vigilarlas; y las emociones, que siempre son niñas, comenzaron a actuar sin freno ni propósito, a su total y entero capricho.
Ikur era ahora un hombre gris y opaco que destilaba agua salada y dejaba un mojado rastro tras de sí al caminar, un rastro sobre el que ningún pasto ni hierva podía ya volver a crecer.
Finalmente, llegó Ikur hasta una gran piedra rectangular que estaba tendida bajo un arco de ladrillos antiguos y derruidos; y allí se tendió, esperando, en un autosacrificio sin sentido.
Ikur yació tendido con los ojos cerrados, sobre el lecho de piedra, muchísimos segundos o siglos (nadie mide el tiempo cuando quiere sentirse triste). Tanto era el tiempo que había transcurrido, que había un velo de telas de araña a su alrededor y polvo y todo aquello que se deposita sobre los que, por pensar en su propia tristeza, se olvidan que están vivos.
La lluvia y el sol lo bañaron, los pájaros volaron sobre él; el milagro de los amaneceres rojos y malvas transcurrieron frente a sus ojos cerrados. Vinieron a pedirle ayuda, pero sus manos estaban cruzadas sobre su pecho. Vinieron a ofrecerle ayuda, pero sus oídos sólo oían sus propios ayes de dolor. Y pasó mucha vida de largo sin que Ikur la viviese.
En su pena, llegó al borde de no vivir ya más; pero el miedo de no-ser fue más fuerte que la pena. E Ikur, por miedo, se levantó de la piedra.
El problema de Ikur era que se había levantado por miedo, y sin saber que era por miedo.
Ikur sintió que le temía a algo, pero no pudo darse cuenta bien a qué.
Al principio le temía a no-ser. Luego, a ser.
Ser implicaba riesgo e Ikur creía que esos riesgos se cernían ante sí, no como pruebas sino como trampas.
El mundo de Ikur ya no era surrealista, era tenebroso.
Cada árbol lo llenaba de pánico, con solo creer que podía ser una amenaza para él.
Cada sombra podría cobrar vida si él lo pensaba, o le temía.
Cada paso era un tormento para su alma aterrada. Daba gracias por cada tranco que daba, no como quien agradece un regalo, sino como quien obtiene la conmutación de la pena capital.
Sin título - Zdzislaw Beksinski
Y el fantasma del miedo creció y creció, e Ikur llegó a temerle a todo, incluso se temía a sí mismo.
Solo, aterrado, creyendo ser malo y sin serlo, buscando una salida dentro de un círculo, Ikur pronto se halló en medio de un laberinto por el que vagaba suelto un fantasma (y el fantasma de hallarlo).
Así corrió Ikur con el alma en un hilo, al borde siempre del desmayo, huyendo de lo que no se puede huir.
Pero las situaciones insostenibles tienen esa ventaja: suelen no sostenerse a sí mismas. Y caen finalmente cuando están maduras y listas, o cuando están irremediablemente podridas.
Así que, cuando el miedo de Ikur maduró, era tan grande y fuerte que no pudo más que caer frente a él.
Y el miedo era blanco y vaporoso, y su visión paralizó por un segundo el corazón de Ikur. Sus labios no pronunciaron palabra alguna, se quedó petrificado y cerró los ojos.
El fantasma blanco, grande y vaporoso, tenía la vaga figura de un humano flotando sin rasgos definidos, y crecía y crecía, más y más.
Finamente, Ikur abrió los ojos y miró de frente a aquel terrible espectro.
Blanco y gaseoso, pensó que nada podría hacerle a él, y lo miró más detenidamente.
Cuanto más lo miraba más difuso se volvía.
Ikur tuvo que acercársele para verlo mejor y, al hacerlo, la terrible amenaza se deshizo como un algodón de azúcar en contacto con el agua.
Ikur se sintió feliz y sonrió. También se sintió tonto. Finalmente se sintió libre.
Si no era cierto su miedo, aún no había resuelto, sin embargo, la cuestión de su ser.
¿Quién era él? No podía no ser nadie, eso era obvio.
Se sentó entonces Ikur a la orilla de un barranco, con los pies balanceándose en el vacío, y se quedó mirando a lo lejos, como quien espera un tren con buenas nuevas en un sitio donde no hay vías.
Detrás de sí escuchó entonces una voz:
¾¡No se puede estar a la vera del camino, amigo! ¡Nadie puede detenerse aquí!
Ikur volteó para ver quién era el dueño de esa voz y esa advertencia.
Al hacerlo, vio a un hombre joven vestido de ciclista: su ropa ceñida y de brillantes colores, su piel bronceada y su sonrisa prefabricada contrastaban con el polvoriento beige de las ropas de Ikur y con su terrible palidez.
El ciclista, sin embargo, no tenía una bicicleta sino una única y enormísima rueda de bicicleta.
El hombre que empujaba la rueda gigante volvió a advertirle:
¾Es cierto amigo, nadie puede dejar de correr aquí. Detenerse es involucionar. Parar es retroceder. No correr lo suficientemente a prisa, perecer.
Ikur, desolado como estaba, sin rumbo ni timón, oyó su voz y se abrazó a ella como a una tabla de salvación, y la obedeció.
¾Si quieres ¾dijo el hombre de la rueda gigante¾ puedes venir conmigo. Pero te advierto: si te retrasas, te dejo donde sea. Yo no espero a nadie.
Ikur asintió y así comenzó a caminar junto al hombre de la rueda gigante. Caminaron y caminaron, Ikur sin pensar y el hombre empujando su rueda.
Cuando atravesaban por un desierto, Ikur comenzó a ayudar al hombre a empujar su enorme rueda, porque veía que éste estaba agotado.
Pero luego de unas horas, intrigado, preguntó:
¾¿Qué es esto que estamos empujando?
¾Una rueda de bicicleta.
¾¿Y cómo es que tienes tú una rueda de bicicleta tan grande?
El hombre miró a Ikur un largo rato con cara de nada y luego le respondió:
¾Hace ya un tiempo, yo era un ciclista. No un gran ciclista, pero tampoco mediocre. En efecto, yo era un ciclista y, por supuesto, tenía una bicicleta y un sueño.
¾“Una bicicleta y un sueño” ¾repitió Ikur.
Rueda de bicicleta - Marcel Duchamp
¾Viajaba yo con mi bicicleta, y a veces ganaba alguna competencia menor, mientras soñaba con ganar el Grand Tour.
»Pero un día vi esta enorme rueda de bicicleta a un costado del camino y pensé: ¡Si así de grande es la rueda, imagínate lo que será la bicicleta! De modo que dejé mi vieja y pequeña bicicleta, y comencé a empujar esta rueda, camino atrás, para ver dónde estaba el resto de la bicicleta.
Ikur se quedó pensando y se dio cuenta de que no sabía para qué servía una bicicleta.
¾Perdóname, pero debo saber algo: ¿Para qué sirve una bicicleta? ¾preguntó.
¾Una bicicleta sirve para viajar por más tiempo y recorrer más distancia, sin realizar tanto esfuerzo físico como insumiría el hacer la misma distancia caminando ¾fue la respuesta del hombre de la rueda gigante.
¾Pero, entonces ¾acotó Ikur¾, ¿por qué tienes que empujar tú a ésta?
¾Porque ésta no es una bicicleta, sino solo una parte de ella, una rueda. Verás, esto es una bicicleta ¾dijo el hombre, y se detuvo, y con un dedo dibujó en el suelo polvoriento del desierto una bicicleta y un hombre sobre ella¾ ¿Ves?, así es una bicicleta.
¾¿Y cómo podrás montar una bicicleta tan grande como la que quieres? Jamás llegarás a los pedales; y tendrías que empujarla igual que a esta rueda. Y entonces, ¿cómo ganarías el Grand Tour?
El hombre de la rueda gigante sonrió y respondió:
¾Eso no importa, lo que importa es que será más grande que cualquier otra bicicleta y todos me admirarán. Además, no podemos perder más tiempo aquí charlando, el tiempo es oro.
¾“El tiempo es oro” ¾repitió Ikur.
Lástima que no supiese lo que era el oro.



miércoles, 1 de abril de 2015

CUENTO POR ENTREGAS… Parte 3 de 9


Y esta es la TERCERA PARTE del "cuento por entregas"que narra las aventuras de Ikur.
Tal vez no sean "aventuras" en el sentido más canónico de la palabra —aunque, a su modo, tiene bastante que ver con el viaje del héroe (recién había conocido la obra de Joseph Campbell en ese entonces)—, pero creo que el eje pasa más por lo onírico-simbólico.
¿Qué pasaría con éste nuevo capítulo si lo reescribiese hoy?... posiblemente trataría de algún exótico artesano que intentase recrear el infinito del universo dentro del una botella y su denodada lucha por ponerle el tapón...
Claro que éste es "aquel cuento", así que seguiremos escuchando High Hopes de Pink Floyd y releyendo El hombre y sus símbolos de Carl C. Jung, para poder sumergirnos en él.

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EL ÁNIMA Y EL HOMBRE DE LA RUEDA GIGANTE


(por: Teresa P. Mira de Echeverría)


[Estar encadenado, bajo cualquier tipo de cadenas, es algo literalmente terrible.
Estar encadenado por uno mismo, por propia responsabilidad, bajo propia mano —o como se quiera decir— es casi insoportable.
Y nótese que digo casi, porque esto es lo más común del mundo; me atrevería a decir que es inherente a la raza humana.]

3: El status quo.

Ikur tenía la sensación... esa sensación, esa: la de estar inmóvil.
Lo notable era que luego de miles de años siguiera siendo para él sólo eso: una sensación. Y es que Ikur realmente estaba inmóvil.
Pero Ikur había aprendido; ya no dejaría que las cosas fueran para él sólo eso: sensaciones.
Ikur comenzó a caminar por un sendero que quizás otro o él mismo había hecho antes, mucho antes. Rodeado de naturaleza al principio, se internó luego por una calle cercada de inmensos, de enormes edificios grises de acero. Los edificios no tenían ventanas ni puertas, nada entraba o salía de ellos.
Inalterada por los siglos la ciudad se erguía en su perpetua perfección inamovible. Ikur había nombrado todas las cosas y al fin había llegado a un lugar donde todo era perfecto. Así que se sintió cómodo y no halló razón para alejarse de allí, de modo que se sentó.
Cómodo y sin razones, Ikur se fue convirtiendo poco a poco en un hombre de piedra totalmente incoloro y totalmente inmóvil, más inmóvil que nunca.
Él sabía que podría moverse con facilidad si así lo quisiese, pero no encontraba razones para quererlo.
Cómodo, inmóvil, incoloro y sin razones; así permaneció Ikur por mucho, mucho tiempo.
Sus luchas estaban premiadas; después de todo, ¿no era la perfección el final del camino?
Así, para Ikur la perfección era cómoda, inmóvil, incolora y sin razones...
Hasta que un día sintió que la perfección y el no-ser eran muy próximos, y tuvo miedo. Y el miedo rompió la perfección.
Comenzó a caminar nuevamente y, viendo que todo tenía un orden, buscó al rey de aquella ciudad perfecta.
"El placer del poeta" - Giorgio De Chirico
Tras mucho, mucho tiempo, encontró un gran palacio con frontón griego. Las columnas sostenían el frontispicio triangular donde los Titanes de los Engranajes y los Dioses de los Chips peleaban entre sí en ardua y compleja lucha.
  Ikur entró con la reverencia y el respeto de quien penetra en un sitio sagrado; aunque no podía sentir el sabor de lo sagrado, sólo podía saberlo.
Ikur sabía pero no sentía, y esa era la raíz de su insatisfacción.
En el centro de un salón circular blanco, en un trono circular blanco, sosteniendo una perfecta esfera blanca, se hallaba el rey de la ciudad perfecta. A su alrededor, miles de seguidores suyos apilaban cajas sobre cajas para, finalmente, sacar la que se hallaba en la base. Cuando la pila se derrumbaba, ellos volvían a emprender la tarea en medio de felicitaciones mutuas.
Ikur preguntó:
¿Por qué se felicitan al derrumbar lo que ustedes mismos construyeron?
Todos se volvieron y lo miraron con una mezcla de lástima y desprecio: ¡Pobre ignorante mortal! ¡Digno de lástima y desprecio!
Uno de ellos condescendió a responderle con voz grave de sabiduría: esa voz grave que parece sabia sólo porque es grave (Ikur aún no sabía que la voz de la sabiduría es dulce y humilde, y que no habla sus verdades sino que las canta en dulces y humildes canciones que parecen pequeñas porque son “simples”, aunque jamás sencillas).
Así que el hombre respondió con voz grave:
Cada vez que alguien cambia la base, el mundo se estremece. Y cada vez que el mundo se estremece, el hombre avanza y la torre de cajas se eleva más y más.
Ikur vio que la pila no crecía sino que siempre medía lo mismo, sólo que con distinta forma. Pero como Ikur había creído que era pobre e ignorante, aceptó.
Sin embargo la verdad —que lucía en su mente como una espada afilada— rasgó el velo de su pensamiento e Ikur sintió en el acelerado latir de su corazón que debía preguntar una vez más una nueva pregunta:
Y cuando las pilas crezcan y la torre se complete, ¿qué sucederá?
Las miradas de lástima se dirigieron una vez más hacia él y luego de unos minutos alguien respondió con voz aún más grave todavía:
¡Entonces, lo sabremos todo y seremos perfectos!
Ikur estaba confundido, el camino que los hombres perfectos habían elegido para ser perfectos era inútil porque jamás avanzaba.
Decidió, pues, Ikur que debía hallar otra respuesta, y caminó hacia el trono blanco donde estaba el rey.
"Misterio y melancolía de una calle" - Giorgio De Chirico
El rey era un hombre cubierto de una armadura de luces de colores que se encendían y apagaban en complejos ritmos. Tenía cables por doquier y uno de sus ojos era una lente de cámara. Estaba inmóvil y sostenía su esfera blanca y perfecta. Ikur preguntó:
¿Es usted el rey? —porque, en realidad, no estaba seguro.
Yo soy el que todo lo responde. ¿Ves esta esfera blanca y perfecta? Así es el mundo. Si entiendes esta esfera blanca y perfecta, entiendes el mundo.
Ikur miró la esfera. Sólo era blanca y perfecta. Allí no había árboles, ni ríos, ni risas, ni canciones; y lo peor de todo era que allí no había hombres.
Pero como Ikur creía que él era pobre e ignorante, asintió ante lo que el rey decía y volvió a preguntar:
¿Qué sucederá cuando haya entendido el mundo?
El rey lo observó con dignidad, tal como se observa a un bacilo bajo el microscopio y respondió muy, muy, muy gravemente:
Cuando haya entendido el mundo, el mundo será mío y podré prever todo lo que suceda en él. Y así podré caminar por donde quiera, haciendo lo que quiera.
Ikur no comprendió nada; él mismo había caminado libre por donde quería haciendo lo que quería. Pero no era el dueño del mundo. De modo que había estado obrando mal: ¡Se comportaba como dueño del mundo sin serlo!
Así que, como Ikur creía que era pobre e ignorante, se sintió muy desdichado, y se fue en silencio de la ciudad perfecta de edificios cerrados, altos y perfectos; y al salir volvió al campo, a la naturaleza donde está lo no-perfecto que vive feliz sin saber que no debe serlo.
Ikur estaba tan triste que no miró a su alrededor y no vio las flores que le hablaban, ni el sol que lo acariciaba, ni el agua que lo servía, ni el aire que lo coronaba como a un rey; porque Ikur pensaba que no era dueño de nada.