Llegamos a la SEXTA PARTE de nuestro "cuento por entregas", junto al heroico Ikur.
Un amigo muy querido, Miguel Ángel, me dijo que el seis era algo así como el número de la vida. Y no me sorprende cuando releo este capítulo.
Y hoy, ¿qué escribiría al respecto?... Hoy sería un monstruo más hermoso en una fealdad mucho más grande; el choque de opuestos se revestiría de amor, como un fauno celestial.
Pero... por supuesto, éste es "aquel cuento", el que nació bajo la influencia de High Hopes de Pink Floyd y El hombre y sus símbolos de Carl C. Jung.
Hoy, los invito a mirar las tan denostadas superficies de las cosas para admirar, allí mismo, su inmensa profundidad.
Y hoy, ¿qué escribiría al respecto?... Hoy sería un monstruo más hermoso en una fealdad mucho más grande; el choque de opuestos se revestiría de amor, como un fauno celestial.
Pero... por supuesto, éste es "aquel cuento", el que nació bajo la influencia de High Hopes de Pink Floyd y El hombre y sus símbolos de Carl C. Jung.
Hoy, los invito a mirar las tan denostadas superficies de las cosas para admirar, allí mismo, su inmensa profundidad.
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EL ÁNIMA Y EL HOMBRE DE LA RUEDA GIGANTE
(por: Teresa P. Mira de Echeverría)
[Estar encadenado, bajo cualquier tipo de cadenas, es algo literalmente terrible.
Estar encadenado por uno mismo, por propia responsabilidad, bajo propia mano —o como se quiera decir— es casi insoportable.
Y nótese que digo casi, porque esto es lo más común del mundo; me atrevería a decir que es inherente a la raza humana.]
6: El monstruo de las franjas amarillas
y negras
Finalmente,
Ikur y el hombre de la rueda gigante —con quién verdaderamente se había hecho
amigo—, salieron del desierto y llegaron a las ruinas de un viejo castillo.
A
la noche encendieron un fuego y se sentaron a contar historias. El hombre de la
rueda se sabía muchas porque había viajado mucho y había aprendido mucho de lo
que había visto.
Cuando
fue muy de noche ya, ambos se saludaron y se acurrucaron en sendos rincones
para dormir.
Ikur
se quedó mirando al hombre y pensó que por fin había hallado alguien con quien
compartir el camino: un amigo, un hombre bueno y sensato… salvo, claro está, por
lo de la rueda.
“Es
un buen hombre”, pensó Ikur, “¡lástima la rueda!”
La
luz de la mañana se filtró por entre los pinos, también el olor a resina, el
frío y la bruma que se disipaba.
Ikur
bostezó y pensó en qué grato era despertar con un amigo a quien saludar.
"Abeja reina" - Mark Ryden |
El
hombre de la rueda gigante también despertó y enseguida partió a recoger bayas
para el desayuno. Sin darse cuenta, se había olvidado por primera vez de su
rueda.
Cuando
estuvieron listos, Ikur y el hombre con su gran rueda salieron de las ruinas y
se internaron en el bosque. Un bosque tan bello y suave como el de los mejores
cuentos de hadas.
Hablaban
de la amistad y de cosas profundas e importantes, tales como la dirección del
viento y el tono exacto del verde de algún pino; sobre si los rayos de sol eran
amarillos o dorados, si la risa era bella o agradable, si los pájaros nunca se
cansan o si aprenden a cantar. De todas esas cosas profundas y hermosas
hablaron muchas horas y, al hablar, el hombre olvidaba que llevaba su inútil
rueda, e Ikur no recordaba que buscaba algo sin saber qué era.
En
medio de estas maravillosas cavilaciones estaban ambos cuando, por entre los
pinos, muy arriba, surgió un monstruo de franjas amarillas y negras que tenía
enormes alas de ámbar, translúcidas y enervadas con venas de oro. Era feo y
amenazador.
Bajó
muy rápido y se posó frente a ellos mirándolos de frente y sin siquiera zumbar.
Su rostro era tan horrendo que no era miedo lo que sintieron al verlo, sino
asco y repulsión.
Pero
Ikur inmediatamente percibió un sentimiento contradictorio: ternura.
Ikur
no sabía por qué, pero se dejó guiar por la intuición (porque la intuición es
el primer paso del conocimiento, la inteligencia de nuestros ancestros hecha
carne en nuestros genes y hecha vida en nuestros sentimientos y pensamientos).
Ikur
oyó su intuición y le tendió una mano al terrible monstruo de las franjas
negras y amarillas. El monstruo entrecerró los ojos y esbozó algo muy similar a
una sonrisa, mientras decía:
—Para algunos
sólo la ternura puede ser su salvación.
Ikur y el hombre de la rueda gigante se quedaron
mirando con ojos de niños el espacio vacío que el monstruo había dejado al
alzar nuevamente el vuelo con sus grandes y translúcidas alas de ámbar con
nervaduras de oro. Y pensaron al unísono, en silencio, que de amarillo y negro
todos tenemos un rincón monstruosamente necesitado de nuestro corazón.