Siguiendo el espíritu del "cuento por entregas" aquí está la SEGUNDA PARTE de las aventuras de Ikur.
No es ésta precisamente una historia que posea el estilo del resto de mis cuentos o novelas. Más bien es una suerte de viaje interior...
Pero todo interior debe abrirse al exterior (sin el cual ni siquiera tendría sentido), incluso tal vez intercambiarse con éste.
Como dijimos en la entrega anterior, si hoy tuviese que reescribirlo... esta etapa del cuento nombraría cosas muy distintas, su protagonista vagaría por entre las estrellas, caería en algún agujero negro capaz de detener el tiempo y desintegrar el espacio y, al mismo tiempo, rehacerlo como en un segundo nacimiento dentro de una botella de Klein...
Pero, éste sigue siendo "aquel cuento", por lo que aún dejo en sus manos High Hopes de Pink Floyd y El hombre y sus símbolos de Carl C. Jung, como mapas.
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EL
ÁNIMA Y EL HOMBRE DE LA RUEDA GIGANTE
(por:
Teresa P. Mira de Echeverría)
[Estar encadenado,
bajo cualquier tipo de cadenas, es algo literalmente terrible.
Estar
encadenado por uno mismo, por propia responsabilidad, bajo propia
mano —o como se quiera decir— es casi insoportable.
Y
nótese que digo casi,
porque
esto es lo más común del mundo; me atrevería a decir que es
inherente a la raza humana.]
2: Él es, ellos son... pero eso no basta.
Ikur
llegó a una nueva conclusión: sabía que él era, pero nada más
sabía y una inmovilidad más poderosa que la de las cadenas lo
envolvió: sin nada a la vista que lo atase.
Ikur
no podía mover un sólo músculo.
“Yo
soy”, repitió Ikur en su mente.
“Y
puedo no ser”, agregó.
Consiguió mover un
brazo.
“Yo
soy Ikur.”
Una pierna cedió.
Pero no se le
ocurrió nada más, y repetir lo dicho no aportaba ningún nuevo
movimiento.
Parpadeaba,
pero como no movía la cabeza únicamente podía ver lo que tenía adelante, e Ikur sabía que había algo más a los costados, algo... ¡algo que
era, porque estaba a su costado! ¡Algo que era!
“Algo
es”, pensó.
Su cabeza adquirió
movilidad.
“Algo
es que no es Ikur.”
Su otro brazo
respondió.
“Los
algos
son,
y no son Ikur. Yo soy, y puedo no ser, yo soy, yo soy Ikur, algo es,
lo demás es, ellos son, ellos no son yo”, se entusiasmó Ikur.
Tan
feliz se hallaba, que no reparó en que había recuperado su
movilidad absoluta.
“Pero,
si yo soy Ikur, y ellos no son Ikur y aun así son. ¿Qué son ellos
que no son Ikur y sin embargo son?”
El
disco dorado y grande contra el fondo celeste, allá muy lejos sobre su cabeza, caminó incontables veces hasta que Ikur descubrió que no
tenía forma de saber qué eran esos ellos, porque ellos no tenían un nombre, un
Ikur
en
qué pensar que los hiciese diferentes unos de otros.
Y su desconsuelo fue terrible.
Y su desconsuelo fue terrible.
Fue
entonces que apareció otro héroe, algo tan extraño que Ikur no
supo qué era; algo que tocó el fondo de su mente al par que su
corazón:
Una voz muy profunda
y muy lejana resonó dentro de él.
—AQUÍ
ESTÁN. SON. NÓMBRALOS.
E
Ikur nombró.
Días y años pasaron e Ikur nombraba y nombraba; hasta que finalmente todo adquirió un nombre, un nombre que era más que un nombre, un nombre que era el ser y el por qué y el sentido de cada cosa.
Y
con ese conocimiento, Ikur adquirió una nueva habilidad: cada vez
que nombraba, Ikur oía su propia voz... Días y años pasaron e Ikur nombraba y nombraba; hasta que finalmente todo adquirió un nombre, un nombre que era más que un nombre, un nombre que era el ser y el por qué y el sentido de cada cosa.
¡Ikur hablaba!